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DOMINGO DE RESURRECCIÓN: CRISTO HA RESUCITADO ¡ALELUYA! JUAN 20,1-9

El Domingo de Pascua o el Día de Pascua es el día más importante del año para todos los cristianos. Celebramos el momento glorioso en que Jesús, el Hijo del Dios vivo, se levantó del sepulcro luego de tres días de haber entregado su vida en la Cruz, resucitando de entre los muertos, derrotando al mal para siempre.

Jesús no está muerto. Él se levantó de la tumba, contra todas las mentiras y planes de Satanás, y prometió las más grandes y maravillosas promesas de su Reino.

Dos mil años después, la resurrección todavía predica la alianza de amor eterna de Dios en ganar cada victoria para ti si pones toda tu confianza en Él y no en las cosas del mundo.

Evangelio según San Juan 20,1-9.
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo,
y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

Comentario al Evangelio

El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.

La figura simbólica y fascinante del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, «discípulo», y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.

La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.

Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.

Oración

Mi Señor Resucitado, qué bueno es sentir tu presencia poderosa pero acogedora que despierta y llena de vida todos los ambientes que me rodean, alejando todo sentimiento de angustia y abandono.
Ayúdame a permanecer siempre cerca de Ti, porque solo de Ti me viene ese amor que me sostiene, esa fuerza que me restaura y todo ese poder para seguir luchando con valentía.
Gracias por tu eterno sacrificio de amor en la Cruz, por tu gloriosa resurrección que me invita renovar mi corazón en tus promesas, y gracias por todos los momentos de oración que hemos disfrutado juntos.
Ayúdame a reconocerte en todo momento, sentir que estás vivo y presente, sentir tu cercanía y la calidez de tu voz que consuela y trae la paz al alma. Sólo tu voz quiero seguir, solo tu voz quiero sentir.
Ayúdame a reconocer tu voz en las tristezas y alegrías, en los momentos de aflicción. Quiero recurrir a ella y rendirme a tu voluntad porque Tú has derrotado la muerte y me has dado el regalo de la salvación.
Te pido que sigas obrando en mí, sigue bendiciéndome y abriendo caminos de sanación, de salud, de fortaleza, de esperanzas. Capacítame con tu sabiduría para saber romper todo muro de dolor que no me deja avanzar.
Dame la gracia de poder liberarme de miedos y opresiones, de sentirme capacitado y valiente para salir y anunciar todo lo bueno de tus promesas.
Quiero nacer de nuevo en el Espíritu, rehacer mi vida para alabarte y adorarte, porque en ningunas otras manos yo podría estar más seguro.
Amén.

Propósito para hoy

Agradecer a Dios por todas sus manifestaciones de amor con la que se ha mostrado en tu vida: la familia, salud, trabajo, amigos, talentos.

Frase de reflexión

«Vale la pena acoger a toda vida, porque cada persona humana vale la sangre de Cristo mismo. ¡No se puede despreciar lo que Dios ha amado tanto!». Papa Francisco

Fuentes:

Dominicos: 
https://www.dominicos.org

Píldoras de Fe: 
https://www.pildorasdefe.net

SÁBADO SANTO: ¿PORQUE BUSCAN ENTRE LOS MUERTOS AL QUE ESTA VIVO? LUCAS 24,1-12

El Sábado Santo conmemora el comienzo del período en que Jesucristo permaneció muerto en el sepulcro antes de Su gloriosa Resurrección.

En el Sábado Santo se refleja la historia de nuestra salvación, de cómo el Dios de la vida y del amor se preparó para rescatarnos de las ataduras del pecado y la muerte. El Dios que nos creó, que llevó a un pueblo escogido y los liberó de la esclavitud, el Dios que se hizo hombre y fue levantado con Gloria desde la muerte venciendo todas las tinieblas. Ese es nuestro Dios, un Dios cercano, compasivo y lleno de vida.En este día Santo, se puede decir que Dios permanece oculto.

Evangelio según San Lucas 24,1-12.
El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado.
Ellas encontraron removida la piedra del sepulcro
y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
Mientras estaban desconcertadas a causa de esto, se les aparecieron dos hombres con vestiduras deslumbrantes.
Como las mujeres, llenas de temor, no se atrevían a levantar la vista del suelo, ellos les preguntaron: «¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea:
‘Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al tercer día'».
Y las mujeres recordaron sus palabras.
Cuando regresaron del sepulcro, refirieron esto a los Once y a todos los demás.
Eran María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, y las demás mujeres que las acompañaban. Ellas contaron todo a los Apóstoles,
pero a ellos les pareció que deliraban y no les creyeron.
Pedro, sin embargo, se levantó y corrió hacia el sepulcro, y al asomarse, no vio más que las sábanas. Entonces regresó lleno de admiración por lo que había sucedido.

Comentario al Evangelio

El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.

La figura simbólica y fascinante del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, «discípulo», y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.

La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.

Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte.

Oración

Mi Señor resucitado, al comenzar este día quiero darte gracias por tu gran misterio de amor y te suplico que me regales un poco de la fuerza de tu Espíritu y lléname de la alegría de tu presencia.
Quiero vivir alegre celebrando el día de tu triunfo glorioso sobre las tinieblas. El día en que destruiste la muerte, fueron rotas todas las ataduras y la luz emergió victoriosa entre las penumbras
Dame la valentía y la fuerza necesaria para aceptar tu voluntad y poder ser así un verdadero testigo de tu amor y de tu resurrección, comunicando al mundo que la oscuridad y la muerte han sido vencidas en Ti
Aquellas lágrimas derramadas a los pies de tu cruz, hoy se convierten en gozo. Tu historia de salvación se hizo eterna. Nos has abierto las puertas del Cielo con esta perfecta obra de amor de la que me hiciste parte.
Puedo decir con entera satisfacción que no he amado a una persona muerta, sino que sigo amando a un corazón vivo y que sigue derramando su misericordia y perdón a todos los que quieran volver sus rostros a Ti.
Oh Señor, no permitas que la llama de la fe y el poder de tu cruz se disminuya en mí y termine apagándose, por el contrario, ayúdame a mantenerla viva con la esperanza puesta en tu amor
Tú eres mi refugio y consuelo, por eso, sabiéndote vivo y presente, recurro al poder reconciliador de tu amistad para que repongas mis fuerzas.
Ayuda ahora a mi corazón a que salga de la oscuridad de sus vicios y resucite a una nueva vida haciéndote mi Señor, mi Rey y mi Salvador.
Amén.

Propósito para hoy

Escribiré una pequeña carta de agradecimiento a cada uno de los miembros de mi familia en dónde les detallo lo que significan para mí

Frase de reflexión

«Nos resulta difícil perdonar a los otros. Señor, concédenos tu misericordia para ser capaces de perdonar siempre». Papa Francisco

Fuentes:

Dominicos: 
https://www.dominicos.org

Píldoras de Fe: 
https://www.pildorasdefe.net

VIERNES SANTO: MI REALEZA NO ES DE ESTE MUNDO JUAN 18,1-40.19,1-42

El Viernes Santo es el viernes en el cual se conmemora el día en que Jesús murió en la cruz realizando su sacrificio de amor por toda la humanidad.

Algunos, por tratarse de un día de recogimiento interior, eligen pasar este día en el silencio reflexionando sobre el misterio de la Cruz

El Viernes Santo puede ser una experiencia espiritualmente enriquecedora al recordar el dolor que Jesús sufrió, tanto antes, como durante Su crucifixión.

Este fue el mayor acto de amor conocido por el hombre: Dios Padre envió a su único Hijo, Jesús, a morir para que nosotros tengamos vida:

Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42. 
Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos. 
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia. 
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas. 
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: «¿A quién buscan?». 
Le respondieron: «A Jesús, el Nazareno». El les dijo: «Soy yo». Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos. 
Cuando Jesús les dijo: «Soy yo», ellos retrocedieron y cayeron en tierra. 
Les preguntó nuevamente: «¿A quién buscan?». Le dijeron: «A Jesús, el Nazareno». 
Jesús repitió: «Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejEn que estos se vayan». 
Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me confiaste». 
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. 
Jesús dijo a Simón Pedro: «Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?». 
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. 
Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. 
Caifás era el que había aconsejado a los judíos: «Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo». 
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice, 
mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. 
La portera dijo entonces a Pedro: «¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?». El le respondió: «No lo soy». 
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. 
Jesús le respondió: «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. 
¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho». 
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: «¿Así respondes al Sumo Sacerdote?». 
Jesús le respondió: «Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?». 
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás. 
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: «¿No eres tú también uno de sus discípulos?». El lo negó y dijo: «No lo soy». 
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: «¿Acaso no te vi con él en la huerta?». 
Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo. 
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua. 
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: «¿Qué acusación traen contra este hombre?». Ellos respondieron: 
«Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado». 
Pilato les dijo: «Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen». Los judíos le dijeron: «A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie». 
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir. 
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». 
Jesús le respondió: «¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?». 
Pilato replicó: «¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?». 
Jesús respondió: «Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí». 
Pilato le dijo: «¿Entonces tú eres rey?». Jesús respondió: «Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz». 
Pilato le preguntó: «¿Qué es la verdad?». Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: «Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo. 
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?». 
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: «¡A él no, a Barrabás!». Barrabás era un bandido. 
Pilato mandó entonces azotar a Jesús. 
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, 
y acercándose, le decían: «¡Salud, rey de los judíos!», y lo abofeteaban. 
Pilato volvió a salir y les dijo: «Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena». 
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: «¡Aquí tienen al hombre!». 
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: «Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo». 
Los judíos respondieron: «Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios». 
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía. 
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no le respondió nada. 
Pilato le dijo: «¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?». 
Jesús le respondió: » Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave». 
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: «Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César». 
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado «el Empedrado», en hebreo, «Gábata». 
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: «Aquí tienen a su rey». 
Ellos vociferaban: «¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!». Pilato les dijo: «¿Voy a crucificar a su rey?». Los sumos sacerdotes respondieron: «No tenemos otro rey que el César». 
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron. 
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado «del Cráneo», en hebreo «Gólgota». 
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio. 
Pilato redactó una inscripción que decía: «Jesús el Nazareno, rey de los judíos», y la hizo poner sobre la cruz. 
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego. 
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos’. 
Pilato respondió: «Lo escrito, escrito está». 
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, 
se dijeron entre sí: «No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca». Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados. 
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. 
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: «Mujer, aquí tienes a tu hijo». 
Luego dijo al discípulo: «Aquí tienes a tu madre». Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa. 
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed. 
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca. 
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: «Todo se ha cumplido». E inclinando la cabeza, entregó su espíritu. 
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne. 
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. 
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, 
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua. 
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. 
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos. 
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron. 
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo. 
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos. 
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos. 
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado. 
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Comentario al Evangelio

La Cruz expresión suprema del amor de Dios.

Esta es la raíz profunda que ilumina y da su sentido a lo que está ocurriendo en el Calvario. Así lo entendieron los evangelistas. Cristo en la Cruz es la suprema expresión del amor de Dios al mundo. Es el momento supremo de la revelación de la auténtica personalidad y misión de Jesús. La Cruz está al final de la carrera de Jesús en la visión de Marcos especialmente (aunque no exclusivamente). El poder de Dios misericordioso se revela especialmente en la Cruz. Los milagros realizados por Jesús eran sólo un pálido anticipo. Pablo nos ofrece algunos textos muy importantes para la comprensión del misterio de la Cruz: 1Cor 1 y Flp 2.

La Cruz no es un fracaso sino una victoria.

Los evangelistas nos recuerdan, para interpretar el misterio de la Cruz, que la muerte de Jesús fue acompañada por la presencia de tinieblas. Estas tienen un sentido simbólico a partir de algunos textos profético. Las tinieblas acompañan en la descripción del Día de Yahvé. Ahora bien, el día de Yahvé es el día de la salvación definitiva. Por tanto, cuando los narradores nos recuerdan la presencia de tinieblas en el calvario nos enseñan que en la muerte de Jesús Dios está actuando definitivamente la salvación. Que será definitivamente sancionada por la Resurrección y la donación y presencia del Espíritu. La Cruz no es un fracaso, sino una victoria.

Cuando en la celebración del Viernes Santo, la comunidad congregada canta: ¡Victoria, tu reinarás; oh Cruz tú nos salvarás!, recoge la más profunda significación de la Cruz.

Si Cristo en la Cruz es la suprema expresión del amor del Padre, es necesario anunciar a los hermanos que en la Cruz se produce el más auténtico y genuino encuentro con Dios. Que Dios a los que ama los prueba, como un buen Padre que es (Carta a los Hebreos). Por los sufrimientos, Jesús aprendió a obedecer y encontrarse con la voluntad genuina de Dios. Y eso se produce en sus discípulos. El creyente es un testigo vivo, en medio del mundo, del amor de Dios desde y en la cruz dolorosa y gozosa. Sólo el creyente puede transmitir esta sabiduría y poder del amor de Dios. Y el mundo lo necesita.

Fuerza liberadora de la Cruz.

Para la comprensión global de esta acción liberadora de Cristo en la Cruz nada más adecuado e iluminador que una lectura conjunta de estos textos: Lc 14,25-33; Jn 8,31ss; 1Cor 1,17-31; Gl 6,14-17; 1Jn 4,7-21.
De la interacción de unas afirmaciones con otras resulta esta imagen:

– Para ser discípulo de Cristo hay que renunciar a todo (incluso a sí mismo), tomar su Cruz y seguirle (Lucas); 
– para ser discípulos de Jesús es necesario permanecer fieles a su Palabra que es la verdad y que es la única que proporciona la libertad (Juan);
– la Cruz de Cristo es el valor que tergiversa y subvierte todos los demás valores en los que el hombre cree encontrar su libertad y su felicidad como son el poder, el bienestar, el prestigio, la ciencia humana (1Corintios);
– conseguida la liberación, el discípulo descubre que la Cruz es un motivo de gloria, es el único valor que merece realmente su atención (Gálatas);
– finalmente, descubre que si es posible conseguir la libertad de los hijos de Dios es porque Cristo en la Cruz es la suprema expresión del amor del Padre en favor de la humanidad esclavizada por lo único que no la deja realizarse: el pecado (1Juan).

Sólo se puede amar al otro de verdad en la dimensión de la Cruz, es decir, cuando se descubre y se experimenta el amor que el Padre nos tiene a todos los hombres. Por eso podemos comprender la fuerza liberadora de la Cruz.

Cristo en la cruz nos libera de la Ley.

¿Cómo se realiza esta liberación? Descubriendo el verdadero sentido de la ley como expresión de la voluntad de Dios y el verdadero sentido de la obediencia. Cristo en la Cruz es el hombre más libre y más obediente a la vez. Vive y nos revela el verdadero origen y fuente de la libertad genuinamente humana: el encuentro con la voluntad luminosa y amorosa del Padre que engendra libertad.

Cristo en la Cruz nos libera del pecado.

Según el relato histórico-salvífico, el pecado es extraño a los planes de Dios. El pecado no forma parte (en esta visión histórico-salvífica) del proyecto de Dios sobre el hombre. El pecado destruye al hombre, en modo alguno contribuye a su humanización. Por eso Cristo se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado (Hb 4,15). Jesús nos libera del pecado al restituirnos al verdadero proyecto de Dios sobre el hombre para su realización y su felicidad.
Cristo en la Cruz nos libera de la muerte.

Nos revela definitivamente que Dios es un Dios de vivos y para la vida y no un Dios de muertos ni para la muerte. Así nos lo había dicho Jesús en su ministerio (Mc 12). Dios nos hizo para la vida. Este texto de la Carta a los Hebreos es iluminador: «Pues como los hijos participan en la sangre y en la carne, de igual manera él participó en las mismas, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo, y librar a aquellos que por el temor de la muerte estaban toda la vida sujetos a servidumbre (Hb 2,14-18). Cristo en la Cruz nos libera de un mal incrustado en la profundidad de la conciencia humana: el temor a la muerte y a los anticipos de la muerte como son el sufrimiento, la soledad y la incapacidad humana.

Gloriarse en la Cruz.

«Los que quieren gloriarse en la carne, ésos os fuerzan a circuncidaros sólo para no ser perseguidos por motivo de la cruz de Cristo… Cuanto a mí jamás me gloriaré a no ser en la Cruz de Cristo nuestro Señor por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo» (Gl 6,11-14). Gloriarse es considerar el objeto en que nos gloriamos como el más preciado trofeo. En la entrada triunfal de los generales romanos cuando vuelven victoriosos de alguna campaña militar lo hacen acompañados de sus trofeos de victoria. ¡Para Pablo y para todo fiel discípulo de Jesús no hay otro trofeo de victoria, de gloria, de triunfo que la Cruz de Cristo!. He ahí la novedad radical del cristianismo. He ahí nuestro programa más ambicioso.

Oración

Señor, Dueño del tiempo y de la historia, como Tú yo quiero ser fuego que purifica, luz que ilumina en medio de las tinieblas, palabra que consuela en medio del sufrimiento.

Tú eres un Dios glorioso, lleno de vida y de esperanzas. Viniste al mundo para donarte y realizar un sacrificio perfecto de amor universal y romper así todas nuestras ataduras.

Rey mío, Dios mío, Tú nos has salvado con tu sangre y preferiste la muerte en la cruz antes que renunciar al amor. Bendito y alabado seas por tu poder derramado sobre toda la humanidad.

Cargaste una pesada cruz en donde fueron depositados insultos y humillaciones, una cruz transformada en victoria que me dio vida en abundancia, haciéndome capaz de enfrentar todos mis miedos y dolores.

Tu cruz es el triunfo del amor sobre el mal, del gozo sobre el dolor, de la verdad sobre la injusticia, de la luz sobre la oscuridad. Te doy gracias por esta acción poderosa y salvadora en mi vida.

Con tu gracia y tu bendición, sé que también puedo llevar con alegría el peso de mi cruz, porque siento que tu amor me sostiene, me fortalece y me conduce por caminos de esperanzas.

Confío en este gran misterio de amor y por eso no dejo de creer en Ti y en todo lo bueno que me ofreces para lograr mis sueños.

En tu cruz consigo las fuerzas para renovar mi corazón y vivir con actitud optimista creyendo que todo lo puedo en tu amor.

Amén.

Propósito para hoy

Ofreceré hoy el sacrificio del Ayuno y Abstinencia con mucha alegría, pidiendo por la conversión de mi familia.

Frase de reflexión

«Seamos dóciles a la Palabra de Dios, atentos a las sorpresas del Señor, que nos habla». Papa Francisco

Fuentes:

Dominicos: 
https://www.dominicos.org

Píldoras de Fe: 
https://www.pildorasdefe.net

JUEVES SANTO: EL SERVIDOR DEL AMOR, CEÑIDO PARA LA LUCHA JUAN 13,1-15.

El Jueves Santo es el primero de los tres días catalogados como Triduo Pascual en el que se conmemora la Santa Cena de Jesucristo con sus Apóstoles, la Institución de la Eucaristía y el Sacerdocio.

Igualmente, el Evangelio pone de manifiesto en este día, el acto del Lavatorio de Pies, en el cual el Señor nos enseña que si realmente deseamos amar a nuestro prójimo debemos ser capaces de servir.

El Evangelio de San Juan es el único que describe este noble acto de Jesús:

Evangelio según San Juan 13,1-15. 
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. 
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, 
sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, 
se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura. 
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura. 
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?». 
Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás». 
«No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte». 
«Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!». 
Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos». 
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios». 
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? 
Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. 
Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. 
Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.»

Comentario al Evangelio

Juan no nos ofrece la tradición de las palabras de la última cena, pero sí una relato asombroso, un gesto profético que está lleno de sentido como lo estaba la entrega de su vida en el pan y en la copa de aquella noche última de su vida. San Juan dice que había llegado su “hora” de pasar de este mundo al Padre… y esa hora no es otra que la del amor consumado. El lavatorio de los pies tiene toda la dimensión de entrega que la misma acción del pan partido y repartido y la copa de la alianza nueva. Son dos gestos que pueden perfectamente complementarse. No sabemos por qué los sinópticos no nos han ofrecido esta tradición, este gesto, ni podemos conocer su origen, aunque podríamos rastrear algunos aspectos bíblicos que lo llenan todo de un sentido especial, profético y creador. Es la escena inaugural de la pasión según San Juan, que si bien es la parte más semejante a la de los sinópticos, tienes varias cosas muy diferentes, y una es esta del lavatorio de los pies. Sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre (¡que espléndida teología joánica de la muerte!). Esta muerte, pues, ya no es una tragedia, como lo es para muchos… sino un triunfo que se apunta desde este comienzo de la pasión joánica.

Jesús está dispuesto «a pasar de este mundo al Padre» y a vivir «su hora» (v. 1) con la clarividencia de su libertad divina (¡alta cristología joánica!). Para dar fuerza a su decisión personal inquebrantable, incluso a riesgo de no ser entendido por sus discípulos, va a poner en práctica una acción simbólica en tres actos, como los antiguos profetas: despojándose de su manto, ciñéndose un paño (léntion) y lavando los pies a sus discípulos secándoselos con el paño que se había ceñido. Todo esto se encierra apretadamente en los vv. 4-5. Normalmente se ha dado relevancia casi exclusivamente al lavatorio de los pies, porque además de ser el acto más humillante, culmina de forma escandalosa esta narración. Pero los otros signos no están ahí como adorno estético, sino que merecen nuestra atención, porque de lo contrario, la narración simbólica quedaría empobrecida. Juan quiere decirnos algo mucho más profundo cuando nos ofrece el dato de que Jesús «se ciñó un paño» (léntion) y cuando les seca los pies con el paño que se había ceñido (kai ekmássein tô lentíô ô ên diezôsménos). Como acción simbólica de la muerte que se quería significar hubiera bastado con que se hablara exclusivamente de que Jesús fue lavando los pies de sus discípulos uno a uno. Sin embargo, ¿por qué se vuelve a insistir en el léntion con que se había ceñido? Tampoco era necesario repetir esto cuando hubiera bastado con decir que se los fue secando, puesto que se supone que se los tenía que haber secado con un paño o toalla. Pero se vuelve a hablar del ceñimiento en el v. 5 en correspondencia con la acción del v. 4 entre las cuales se encierra el lavatorio. Si estamos ante una narración simbólica de carácter profético, entonces debemos desentrañar todas las acciones significantes. Y, sin duda, la acción de ceñirse es mucho más significante de lo que aparece a primera vista, aunque hasta ahora apenas se haya hecho notar.

La hora de Jesús, que es la hora del amor consumado, exige una lucha, una guerra con los que le quieren imponer el destino ciego del odio. Jesús no está dispuesto a que nadie le imponga su muerte, sino que es El quien impone su hora como voluntad y proyecto de Dios. El Padre se lo ha entregado todo en sus manos (v. 3) y no es posible que nadie se lo arrebate, porque la suya no es una muerte más, un asesinato de tantos como impone el odio sobre el mundo, sino que es la muerte soteriológica por excelencia. No vienen las cosas como si se tratara de una simple condena legal, como después aparecerá ante el juicio del procurador (Jn 19,7). Jesús, ciñéndose como los antiguos guerreros, debe ganar la batalla de la muerte; he ahí la paradoja, pero de la muerte redentora. Jesús no lucha para no morir, sino para que su muerte tenga sentido y no sea ciega y absurda como la muerte que da el mundo.

Si, como parece la mejor explicación, el lavatorio de los pies es una acción simbólica de la muerte de Jesús, entonces vemos cómo el Maestro se entrega a ellos, cuando deberían ser los discípulos los que deberían estar dispuestos a dar la vida por el maestro, como ocurre en las mentalidades pedagógicas de entonces, incluso de los fariseos. De ahí que en los vv. 6-11 se nos quiera explicar que Pedro no pueda entender que Jesús dé su vida por los suyos; sólo lo entenderá después (v. 7), tras la muerte y la resurrección. De ahí que podamos optar porque los vv. 6-10 representan la interpretación más antigua y acertada del lavatorio de los pies, según el recurso estilístico de las falsas interpretaciones joánicas. Esta debería ser la interpretación del diálogo entre Jesús y Pedro: «hay que aceptar la muerte de Jesús como una muerte salvífica». La interpretación posterior de un acto de humildad no es desacertada, porque en realidad la muerte de Jesús a los ojos del mundo es una humillación, un acto de humildad y un servicio de esclavo que hace el Hijo de Dios a los hombres. Pero la significación inmediata es la libertad de Jesús de morir por nosotros, tal como se pone de manifiesto en el lavatorio de los pies a sus discípulos, y para eso también era necesario que él se ciñera, porque era una guerra contra lo proyectado por el mundo. Por consiguiente, los tres gestos van unidos los unos a los otros, dando como resultado una acción profético-simbólica perfecta recogida en la narración de los vv. 4-5.

Es así como el lavatorio de los pies adquiere esa dimensión tan particular que representa su muerte, como signo del amor consumado a sus discípulos. Diríamos que Jesús se ciñe para no morir odiando, sino amando. Esta es la guerra, como hemos dicho, entre la luz y las tinieblas, entre el proyecto de Dios y el del mundo. Jesús va hacia su propia muerte, representada prolépticamente (adelantada proféticamenmte) en el lavatorio de los pies, luchando, ceñido con el cinturón de la paz. Va a morir por todos, por eso lava también los pies a Judas que está sentado a la mesa. Y Jesús les seca los pies con el paño ceñido, sin quitarlo, porque muere luchando; no le han impuesto la muerte desde fuera según la visión joánica. Ese cinturón no volverá a quitarlo, es una imagen más, como deja traslucir Jn 13,12, en el sentido de que lo llevará hasta el momento de la cruz en que se cumple real y teológicamente su hora (cf. Jn 7,30; 8,20), que es también la hora de la glorificación (cf. Jn 12,23). Jesús, pues, se ciñe para su muerte, para su hora, porque en su muerte está la victoria divina sobre el odio del mundo. En su muerte está su glorificación, porque no es una muerte absurda, sino que se la ha impuesto el mismo Jesús como una consecuencia de su vida entregada al amor de este mundo. Este mundo no deja que viva el amor. Jesús también va a ser sacrificado por el mundo, como tantos hombres, pero no dejará que le arrebaten el amor con que ha actuado en su vida. Por eso se ciñe antes del lavatorio de los pies que representa su muerte soteriológica. Toda esta explicación se deduce por haber optado en el ceñimiento de Jesús por la tradición del cinturón de la lucha, y de haber leído todo ello en la clave de Jn 13,1-3. Es posible que a algunos les parezca una exégesis rebuscada, pero se debe considerar que estamos ante uno de los relatos más simbólicos de todo el evangelio de Juan, que ya de por sí es bastante simbólico. Además, los gestos proféticos dan pie para ello y son ciertamente inagotables en algunos aspectos. En Juan siempre nos encontramos con posibilidades insospechadas. Con ello no ponemos en duda, aunque tampoco tratamos de excedernos, la tradición histórica recogida en Jn 13,4-5 sobre el lavatorio de los pies.

Oración

Señor, quiero que mi relación contigo sea más intensa cada día. Te alabo desde lo profundo de mi corazón porque has decidido quedarte con nosotros y acompañarnos hasta el fin de los tiempos.
Has decidido alimentarnos con tu propio cuerpo a través de la Sagrada Eucaristía y aunque nuestros engañosos sentidos humanos solo vean un trozo de pan, allí estás Tú, esperando que nos hagamos uno contigo
Ayúdame a entender que para seguir tu proyecto de vida debo amar y ser servidor de los demás, pues si Tú, siendo el Rey de reyes, lavaste los pies a tus discípulos, yo debo también debo imitarte en obras y pensamientos
Así como Tú has sanado mis heridas, sé mi fuente de poder para poder hacer lo mismo con aquellos que no han salido de su dolor, escucharlos, atenderlos y sobre todo, acercarlos a tu amor.
Con el ejemplo que me has dado me enseñas a vivir en el amor y a salir de ese camino egoísta que la sociedad hoy propone: «la superación personal sin importar a quien dejo atrás en el camino».
Dame, Señor mío, conciencia para crecer y ser cada día mejor, que tu alimento divino sea la fuente que me impulse y me proyecte a hacerlo todo bien sembrando esperanzas a mi paso
Te doy gracias por todas las bendiciones que hoy me darás.  Ayúdame a esforzarme sin desánimo y a ser la mejor versión de mí mismo.
Te amo, confío en tu poder transformante que consuela y renueva el espíritu victorioso en cada uno de nosotros a través de la Eucaristía.
Amén.

Propósito para hoy

Hoy, me apartaré 30 minutos de todo y haré silencio en mi alma meditando la Pasión del Señor.

Frase de reflexión

«La Iglesia es misionera. Cristo nos envía a llevar la alegría del Evangelio a todo el mundo». Papa Francisco

Fuentes:

Dominicos: 
https://www.dominicos.org

Píldoras de Fe: 
https://www.pildorasdefe.net

MIÉRCOLES SANTO: ¿SOY YO QUIEN TE TRAICIONA JESÚS? SAN MATEO 26,14-25

Hoy, Miércoles Santo, trae consigo una reflexión muy importante que debemos llevar grabada siempre en el corazón: ¡Mejor morir que pecar!

En nuestro caminar, muchas veces olvidamos que hay cosas más importantes que la misma vida y otras peores que la muerte. Judas olvidó esto cuando traicionó a Jesús por 30 monedas de plata. Por su pecado de traición, traicionó al mismo Dios, rompiendo así su relación con Dios, que es mucho más importante que la vida misma.

Hoy, la Lectura nos trae unas palabras de Jesús que pueden sonar duro, pero que en el fondo invitan a meditar cómo es nuestra relación con Dios:

Evangelio según San Mateo 26,14-25.
Uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes
y les dijo: «¿Cuánto me darán si se lo entrego?». Y resolvieron darle treinta monedas de plata.
Desde ese momento, Judas buscaba una ocasión favorable para entregarlo.
El primer día de los Acimos, los discípulos fueron a preguntar a Jesús: «¿Dónde quieres que te preparemos la comida pascual?».
El respondió: «Vayan a la ciudad, a la casa de tal persona, y díganle: ‘El Maestro dice: Se acerca mi hora, voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos'».
Ellos hicieron como Jesús les había ordenado y prepararon la Pascua.
Al atardecer, estaba a la mesa con los Doce
y, mientras comían, Jesús les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me entregará».
Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: «¿Seré yo, Señor?».
El respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar.
El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!».
Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: «¿Seré yo, Maestro?». «Tú lo has dicho», le respondió Jesús.

Comentario al Evangelio

Ante este relato evangélico que nos presenta hoy la liturgia es posible que nos sintamos interpelados/as porque uno de los doce que eligió Jesús, que le acompañó y escuchó sus enseñanzas, que posiblemente fue testigo de alguno de sus milagros, fue el que le traicionó. Dice el papa Francisco “Judas uno de los doce, amigo íntimo de Jesús, que le acompañó por tres años, que vio muchos milagros, que saboreó sus divinas palabras; que pudo tocarlo, mirarlo, conocerlo…”

¿Qué fue lo que le llevó a traicionar a Jesús? ¿Qué pasó por su corazón? ¿Qué sentimientos se fueron generando a través de su cercanía con el Maestro? ¿Cuál fue el pecado mayor de Judas?

Los textos no desvelan con claridad el móvil de su traición.

¿Ambición, dinero? En (Jn12,4-6) Judas se manifiesta “escandalizado” por el despilfarro de aquella mujer que unge con su perfume los pies del Maestro. Y afirma el evangelio de Juan… “era un ladrón”.

 ¿Decepción? Judas era el único judío del grupo, Jesús no es el mesías que él esperaba, un mesías triunfante que los liberase el imperio romano. También el resto de los discípulos participaban en cierta medida de esa decepción pero asumen su decepción y responden de manera diferente. Dios respeta siempre la libertad del hombre.

¿Resentimiento? ¿Acaso Judas no resistió el protagonismo que algunos discípulos tuvieron en hechos notables de la vida de Jesús? (Mt 17,1).

¿Cuáles fueron los sentimientos que le llevaron al desenlace final? Quizá  la síntesis de estos tres u otros. No es fácil entrar en el corazón de Judas pero sí podemos entrar y conectar con los sentimientos que albergan en  nuestro propio corazón, nuestra respuesta en momentos clave de nuestra vida.

Hay una cosa clara, Judas no quiso ver la luz, no se dejó tocar por Dios, no confió en la capacidad de perdón que manifestó Jesús a lo largo de su vida. No fue capaz de descubrir en Jesús un camino de felicidad, de esa felicidad que se apoya en la fidelidad al proyecto de Dios, siempre fiel a pesar de nuestros fracasos y traiciones.  Judas no creyó en la misericordia y el perdón de Dios.

Y pone en cuestión también nuestro propio camino de fe y las opciones que vamos tomando ante disyuntivas que se nos presentan.  En algún momento de nuestra vida puede aparecer la decepción ante la falta de respuesta de Dios, de una respuesta a la medida de nuestros deseos. O rompemos una amistad, un compromiso a favor de nuestros hermanos porque pueda frenar nuestro ascenso hacia mayores cotas de poder, de bienestar.

Oración

Mi Dios, mi Señor y mi Todo, te agradezco porque sé que estás pronto a escucharme y a darme las gracias que me hacen falta para continuar firme en mis luchas por este camino angosto de salvación.

Quiero tener los ojos abiertos para no tropezar, saber discernir lo que es correcto y lo que no para mi vida, por eso, me dejo guiar por tu Palabra, porque en ella encuentro paciencia y consuelo para no desesperarme.

Necesito de tu fuerza y de tu amor para poder realizar las cosas bien. No quiero fiarme por lógica del mundo, sino que quiero sentirte, palparte y encontrarte en cada situación, que a diario me regalas.

Quiero desprenderme de ese materialismo mundano que me lleva por los caminos de mi propia vanagloria, un camino lleno de egoísmo y soberbia que poco a poco me distancia de la felicidad que quieres darme.

No permitas que mi apego a los bienes y la búsqueda de triunfos mundanos sean las 30 monedas de plata por las que yo pretenda cambiarte. Te pido que sanes mi corazón de esas malas inclinaciones.

No quiero contarme entre los traidores que han antepuesto sus logros y éxitos personales antes que servirte y amarte por sobre todas las cosas. Líbrame de la aspereza y dureza del corazón.

Que seas Tú mi primera prioridad. Confío en la certeza de tu Palabra de que si te elijo como centro de mi vida todo lo demás se me dará por añadidura.

Toda mi vida te la encomiendo a tu presencia porque a través de ella quedan pulverizadas mis inseguridades. Confío en tu gracia santificante.

Amén.

Propósito para hoy

Rezaré 3 Padrenuestro e invitare a todas las personas que pueda a que participen de las actividades del Triduo Pascual

Frase de reflexión

«Vivir la caridad significa no buscar nuestro propio interés, sino llevar los pesos de los más débiles y pobres». Papa Francisco

Fuentes:

Dominicos:
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Píldoras de Fe:
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